El consumo privado es el motor más importante de la economía mexicana. Representa alrededor del 70% del Producto Interno Bruto (PIB) desde el enfoque del gasto, lo que lo convierte en un termómetro para entender si el país avanza hacia el crecimiento o enfrenta riesgos de estancamiento.
Cuando este indicador aumenta, suele interpretarse como una señal positiva: más empleos, mayor poder adquisitivo, un ambiente de confianza y un mejor dinamismo económico. En cambio, cuando se debilita, los efectos suelen sentirse de inmediato en el comercio, la producción y, en general, en la percepción de bienestar de los hogares.
El consumo privado refleja el valor total de bienes y servicios que adquieren los hogares, las empresas o instituciones privadas en un periodo determinado para satisfacer sus necesidades o desarrollar sus actividades.
Para medirlo, los analistas recurren a varias fuentes, siendo la más importante el Indicador Mensual del Consumo Privado (IMCP) que publica el INEGI. Además, se utilizan otros termómetros, como:
El funcionamiento de esta variable es sencillo de explicar: a mayor número de empleos y a mejores condiciones económicas percibidas por la población, el gasto tiende a crecer. Esto impulsa las ventas minoristas, la producción nacional y, en consecuencia, la economía se acelera.
El inicio de 2025 ha dejado claro que el consumo privado atraviesa una etapa de enfriamiento.
La pérdida de dinamismo en el consumo privado no obedece a un solo factor, sino a una combinación de presiones internas y externas que frenan el gasto de los hogares. La inflación en niveles elevados erosionan el poder adquisitivo y encarecen productos básicos, lo que reduce la capacidad de compra de las familias. A ello se suma una confianza del consumidor debilitada, con expectativas negativas sobre el empleo y la economía, que induce a posponer decisiones de gasto importantes.
El mercado laboral es otro elemento, pues la precarización y los salarios que crecen a un ritmo menor que los precios limitan la recuperación del consumo. En el plano internacional, eventos geopolíticos o comerciales afectan no solo las expectativas de crecimiento, sino también los costos de bienes importados que forman parte del consumo cotidiano.
Finalmente, una política monetaria restrictiva que mantiene las tasas de interés elevadas encarecen el crédito, reduciendo la posibilidad de que los hogares recurran al financiamiento para sostener su nivel de gasto. En conjunto, estos factores han configurado un escenario en el que las familias mexicanas optan por apretar el bolsillo y moderar su consumo, debilitando así uno de los pilares centrales de la economía nacional.
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