Durante décadas, el dólar estadounidense ha fungido como la piedra angular del sistema monetario global. Su papel como moneda de reserva, activo de refugio y vehículo de intercambio internacional ha sido incuestionable. Sin embargo, en 2025, ese estatus privilegiado enfrenta crecientes tensiones estructurales que podrían marcar el inicio de una transformación profunda en los patrones de confianza global.
Riesgos fiscales persistentes, una creciente incertidumbre geopolítica y decisiones políticas que desafían la disciplina presupuestaria están debilitando el atractivo del dólar como resguardo de valor.
Como lo señala Janneth Quiroz Zamora, Directora de Análisis Económico, Cambiario y Bursátil en Monex, “el dólar ha perdido atractivo como activo de refugio, ante el deterioro fiscal, las tensiones geopolíticas y una menor credibilidad frente a otros activos de refugio”.
Esta pérdida de credibilidad está íntimamente ligada a la dinámica reciente en el mercado de deuda estadounidense.
Desde septiembre de 2024, el "term premium" (TP) del bono a 10 años ha repuntado de manera acelerada, ubicándose actualmente en niveles no vistos en más de una década. Este indicador, que mide la prima exigida por los inversionistas para mantener deuda a largo plazo, se ha convertido en un termómetro clave del nerviosismo de los mercados. Un TP elevado refleja que los participantes del mercado exigen una mayor compensación por el riesgo fiscal, inflacionario y geopolítico al que se exponen al comprar bonos del Tesoro a plazos largos.
La causa raíz de esta desconfianza es clara: el déficit fiscal se ha disparado. Tan solo entre diciembre de 2024 y mayo de 2025, el déficit acumulado pasó de 710.9 mil millones a 1.36 billones de dólares, un salto de 91.9% en apenas cinco meses. A ello se suma el aumento sostenido de la deuda federal, que ya supera los 36 billones de dólares. Esto ha obligado al Tesoro a incrementar fuertemente la emisión de bonos, sobre todo en los tramos largos de la curva.
Desde su regreso a la presidencia, Donald Trump ha implementado un ambicioso plan de recortes fiscales y aumentos en el gasto público —particularmente en defensa y seguridad fronteriza— sin una estrategia clara para contener el déficit. Paralelamente, ha reactivado una agenda comercial proteccionista, con amenazas arancelarias que mantienen en vilo a los mercados globales. La suspensión temporal de los aranceles recíprocos bajo el llamado “Liberation Day” ha generado confusión e incertidumbre.
Como explica Quiroz, “la atención se desplaza hacia los riesgos fiscales y las políticas comerciales del gobierno de Trump”, lo que ha provocado un aumento en la demanda de coberturas tanto en tasas como en divisas.
Estas señales mixtas han alimentado la percepción de que la política económica estadounidense está desordenada y que la deuda pública está en una trayectoria difícilmente sostenible. Aunque algunos inversionistas siguen demandando bonos del Tesoro como mecanismo de cobertura, ahora lo hacen exigiendo mayores compensaciones ante la creciente percepción de riesgo estructural.
En este contexto, comienza a vislumbrarse un cambio en el equilibrio de activos de refugio. El índice del dólar DXY ha acumulado una caída de más de 10.5% en lo que va de 2025, tras haber cerrado 2024 con una apreciación de 7.1%. En contraste, activos como el oro y algunas divisas de economías desarrolladas han ganado terreno de manera notable. El oro, por ejemplo, ha registrado un alza de 26.7% en lo que va del año, mientras que el euro y el franco suizo han avanzado más de 14%.
Tal como apunta Quiroz: “los flujos de inversionistas buscando protección ya no se dirigen exclusivamente hacia la moneda americana y a los Treasuries, sino que buscan resguardo en activos con una calidad que se determina por fundamentos macroeconómicos”.
Esta afirmación cobra relevancia si consideramos que 78% de las divisas emergentes se han apreciado frente al dólar este año, gracias a su debilitamiento estructural.
Además, la degradación reciente de la calificación crediticia de Estados Unidos por parte de Moody’s agrava la percepción de que el dólar ya no es el bastión de estabilidad que fue durante décadas. Todo esto ocurre en un entorno de fragmentación geopolítica, donde bloques regionales comienzan a explorar mecanismos alternativos de intercambio que podrían disminuir la dependencia global del dólar.
No estamos presenciando aún la caída definitiva del dólar como moneda de reserva global, pero sí señales claras de erosión en su estatus de refugio. Mientras continúe la expansión fiscal desordenada, la incertidumbre arancelaria y la falta de una estrategia clara para estabilizar la deuda, el dólar seguirá perdiendo terreno frente a otros activos con fundamentos más sólidos.
La historia de las monedas hegemónicas nos recuerda que su liderazgo no es eterno. El dólar, aunque aún dominante, ha comenzado a mostrar grietas que podrían acelerar un eventual reacomodo en el sistema financiero internacional.
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